martes, 20 de diciembre de 2011

Marcha del Turrón - 2011

Llegada a Aldeanueva de la Vera.



El día 18 de diciembre de 2011, el Club de Montaña Valcorchero como es ya de costumbre, realizo la célebre ruta del Turrón, en esta ocasión por las tierras de la Comarca de la Vera, y en concreto por el término municipal de Aldeanueva de la Vera, ruta que fue guiada por las nativas de este municipio que no eran otras que Olga y Conchi conocidas dentro de este club con el cariñoso y afectivo apodo de “Las Penconas”, las cuales después de terminar nuestro recorrido por el incomparable y bonito entorno de este Termino, nos obsequiaron con un reconfortante y calentito chocolate con dulces típicos de la tierra. Para finalizar todos los asistentes con la ingesta de los turrones y cava y cantando a grito “pelao” los villancicos de rigor.
Pero antes de pasar a la exposición de las fotografías tomadas a lo largo del recorrido, en esta ocasión les disertare con el escrito que lleva por título el Turrón como no podía ser de otra forma, y el cual cuenta lo siguiente:
El turrón.
Las particularidades culturales y climáticas de las tierras ibéricas, favorecieron el afianzamiento del cultivo de la almendra y el desarrollo de la apicultura, ingredientes básicos de ésta incomparable delicia gastronómica
El amasado de frutos secos junto a una base endulzada y maleable no es un concepto exclusivo de los obradores hispanos. A lo largo de centurias, el intercambio cultural entre los pueblos ribereños del Mediterráneo, obligaba al préstamo e intercambio no solo de nuevos productos sino también de sus técnicas culinarias.
En España se consolida el turrón, tal como lo conocemos no más acabada la Edad Media. Una definición acertada que lo resuma sería: “masa obtenida por la cocción de miel y/o azúcares a la que según los casos se le añade albúmina o clara de huevo. Al amasado se le incorporarán almendras tostadas, enteras o molidas, peladas o no.”

Quizá ésta ilustración no sea suficiente hoy en día, ya que la industria turronera española desarrolló distintas variedades de turrón a medida que crecían los mercados y la demanda. Hoy en día, llegadas las fechas de la Navidad, tanto en los escaparates de las confiterías como en las bandejas de los comercios, se nos muestra una deliciosa variedad de turrones capaz de satisfacer las exigencias y gustos de los consumidores. Turrones de yema y frutas escarchadas se suman a los clásicos duro y blando en su concepción más elemental, mientras que los de chocolate, nata nueces o coco, incluyen ingredientes distintos a los tradicionales.

Con el discurrir de los siglos, el consumo de ésta joya de nuestra gastronomía se concentró en unas fechas muy concretas de nuestro calendario cristiano. La llegada de la Navidad, no es solo momento de regocijo para el espíritu de los creyentes, también llega el regocijo para los estómagos porque las celebraciones gastronómicas acompañan al calendario y ese es el momento cuando el turrón aparece sobre nuestras mesas. Durante las aproximadamente dos semanas que duran las Pascuas, no hay momento malo para degustar una porción, pero es la llegada de los postres cuando el turrón alcanza su mayor protagonismo. No hay celebración gastronómica en aquellas fechas en la que no sea el remate de una copiosa comida. Pero, ¿por qué razón únicamente comemos turrón en Navidad?

Historia del turrón
En las primeras civilizaciones mediterráneas conocidas, el reparto de almendras azucaradas envueltas en tul como obsequios dados en una boda era costumbre habitual. Estas delicias simbolizaban fertilidad, felicidad, buena salud y fortuna. La leyenda se entremezcla con la historia a la hora de relatar el origen del turrón y su andadura en la historia de la gastronomía. España, Francia e Italia son los países con cierta tradición turronera tal como la conocemos hoy en día. Obviamente España los supera con creces tanto en su producción como en el consumo, la tradición del turrón se exportó además a todos los países de habla hispana en menor o mayor medida, destacando Argentina y las entrañables islas de Cuba y Puerto Rico.
Nadie puede esgrimir la paternidad de un producto que sin lugar a dudas fue inventado en cualquier lugar donde se diese el binomio miel-almendra, o una melaza fuertemente edulcorada cocida junto a frutos secos bien sean nueces o piñones o avellanas.

La almendra es un fruto que depende de una naturaleza como la Mediterránea, o mejor dicho, la conveniencia de su cultivo viene dada por la necesidad de poca agua, mucha insolación y temperaturas no demasiado extremas en invierno. La miel que tradicionalmente se utilizaba era procedente de las libaciones que las abejas hacían sobre plantas aromáticas y cultivos frutales, a diferencia de otras más septentrionales o de alta montaña que extraen el néctar de bosques de coníferas y florecillas de prados repletos de pastos que aportan menos aroma y diversidad en su sabor.

La Pragmática de Carlos III
A Carlos III, un Borbón ilustrado, le adjudicaron la insólita máxima de “El mejor alcalde, el rey”. A tanto llegó en su esfuerzo por convertir a la capital de reino en una especie de jardín de las maravillas, que no dudó en firmar una ley que protegiera los turrones de los confiteros madrileños de los venidos de fuera de la ciudad. La tradición del consumo de turrón durante las fiestas navideñas se acentuaba, sobre todo en las grandes ciudades españolas. La demanda superaba a la propia producción local únicamente durante la Navidad, aunque era común el ver deambular los productos de los artesanos de Jijona y Alicante por las calles de Madrid en cualquier época del año. El clamor del gremio de confiteros llegó hasta el rey que no dudó en complacer sus quejas. Firmó una ordenanza llamada La pragmática, por la que se permitiría la venta ambulante de turrón, únicamente durante los cuarenta días antes de la llegada de la Navidad. Quizá fuera esto, lo que provocara que después de aquellas fechas nadie entienda como cosa normal, el comprar un pastilla de turrón en otra época del año.
En Aragón se hizo muy popular un dulce tradicional judío llamado nuégada, que se preparaba formando una especie de bloques compuestos de miel y frutos secos que recuerda el célebre nougat francés, tanto por su nombre como por su composición. También habría que recordar que éstos dulces se preparaban cuando se celebraba la Pascua judía, representando ésta dulce mezcolanza de frutos secos, el mortero utilizado por los esclavos israelitas en la construcción de las pirámides del faraón.
Etimológicamente la palabra nos conduce al vocablo latino torrere (tostar, cocer al fuego…) y que derivaría en vulgar turrar y de ahí a turrón, palabra aparecida como tal en los escritos de un tal Guillem de Segovia en 1475.
También existen diversas narraciones procedentes de Italia, pero la primera referencia escrita nos llega a través del libro “Banchetti”, una curiosa obra escrita por Cristóforo Massiburgo, el mayordomo del cardenal Hipólito de Este y que vio la luz en el año 1549. En él se nos describe que durante un banquete celebrado en el año 1529, se sirvió un dulce a base de almendras llamado torrone por tener forma de torres. Seguramente eran conceptos que viajaron de España a Italia, ya que en aquel tiempo casi todo el mediodía dependía de la corona española. En el siglo XV son diversas las menciones del dulce en la literatura, o muy anteriormente en “El espill de les dones” (El espejo de las mujeres) obra del valenciano Jaime Roig.

En el siglo XVI, aparece publicada la obra en lengua castellana “Los lacayos ladrones” del autor Lope de Rueda, donde Dalagón, su protagonista, no cesa de repartir golpes a sus criados en busca del culpable de haber engullido el turrones de Alicante que tan cuidadosamente guardaba. Habla de su fama lo que confirma la generalidad de su consumo y la especialización en éste lugar.
Del siglo XVII, se guardan en el Archivo municipal de Alicante, los pliegos de un pleito que mantuvieron los maestros turroneros de la ciudad contra el llamado Colegio de la Cera de Valencia, que por su poder gremial pretendía absorberlos.
Pero la pregunta de la que todos quisiéramos saber la respuesta es.
¿Qué provocó que los turrones solo se comieran en Navidad?
En principio solo se puede decir que el turrón por sus ingredientes y por su elaboración, nunca fue un alimento barato. Por tanto se esperaba su consumo para ocasiones especiales o se regalaba en fechas muy determinadas. Pero algo de culpa tuvo el escritor y gastrónomo Antonio Martínez Montiño, cocinero del rey Felipe II allá por el siglo XVI. Él fue el que hacía servir turrones en la mesa real por Navidad. Escribió también en su obra “Conduchos de Navidad”, un relato cómico sobre la visita de unos orientales a Jijona y Alicante, donde aquellos afirmaban con mucha guasa, que ya conocían de la fama de aquellos turrones en su país. Con ello quería remarcar con socarronería, la altivez con la que aquellos artesanos levantinos defendían el prestigio de sus turrones. En el Madrid de los Austrias comenzó a cuajar la costumbre, siendo uno de los principales destinos del turrón y provocando que lo que era una actividad que aportaba ingresos temporales a los sus productores (en su mayoría agricultores), se fuera convirtiendo con el paso del tiempo en una autentica actividad industrial. Además de las circunstancias de las fiestas navideñas como ya hemos visto, coincidía el tiempo de su preparación con la época en la que los hortelanos cesaban sus labores en el campo por la llegada del otoño. Ese fue el hecho crucial para que la producción turronera se concentrara tradicionalmente en los meses previos al comienzo del invierno.
Y una vez terminada  esta disertación escrita sobre el turrón, permítanme que les exponga la serie de fotografías tomadas durante el recorrido de la ruta de los turrones.

Otra más de la llegada.
 Vamos dejando atrás el pueblo.
 Paisaje invernal en el monte de robles.
  Más de lo mismo.
 Conchi, una de las guías de la ruta dando explicaciones.
  A esta gnoma, la recogimos por el camino.
Pero resulta que llevaba al  gnomo
con ella.
 Foto de parte del grupo.
 Aclarando la garganta.
  ¡Hoo, hoo, hoo! ¿Quién quiere un dulce?
Olga, otra de nuestras guías,
dispuesta a cantar un villancico.
 Ya está en plena faena.
Pero parece ser que el coro no pone
la intensidad que ella demanda.
Aquí, en este grupo, tan solo Juan Félix
parece querer arrancarse con la partitura.
¡Oye, ayudante! ¿Por qué no canta la gente?,
le pregunta Papa Noel a su paje. El cual responde:
Porque no entienden la letra,
se nos ha olvidado traducirlo del lapón al castellano. 
  Pues a recoger los bártulos y “pa lante”.
Y algunos cabizbajos, y otros sonrientes
reanudamos de nuevo nuestra ruta.
Pero el caminar de la gente no era
todo lo alegre que la ocasión demandaba.
La cabeza baja, hombros caídos y
las manos en los bolsillos lo indicaban.
Pero algo mágico ocurrió en esta cascada.
Las aguas que por ella descendían
con su continuo susurro,
nos devolvieron la alegría que
habíamos perdido. ¿O no fue así?
He aquí, lo que ocurrió en realidad.
Olga nos amenazaba con piedra en mano diciendo:
Al que no se ría cuando cruce,
le doy un peñascazo en toda la cabeza.
Y desde ese momento, la sonrisa se volvió a quedar
en nuestras caras para ya no abandonarnos.
 Transitando por el bosque de robles.
 Panorámica.
Caballos.

 Cruzando otro arroyo.
  Futuros montañeros.
  Panorámica.
 La gente emboscada.
  La chorrera de la Mora.
  Una atracción en el recorrido.

 El potrillo que era muy juguetón
hizo las delicias de todos.
 De algunos más que de otros.
    Panorámica.
Pequeño, representando al gallo del chiste,
ese que dice: Y encontrándose el gallo
haciéndose el muerto encima de un cancho…
La bandera de nuestro club.
 Bate que bate, el chocolate…
Ya andábamos liados con los turrones y el cava.

Y con los villancicos, los cuales ya los habían
traducido del lapón al castellano.


Feliz Navidad para todos.

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